El aroma a incienso despierta a Baga y el mundo vuelve de la oscuridad cuando abre sus ojos. Ve un cuarto pequeño apenas iluminado por las velas, siente bajo su espalda un suave colchón. Sólo un camisón de algodón la viste, pero le queda pequeño. Tiene un fuerte dolor de cabeza e intenta removerse el sudor que siente gotear de la frente, cuando recuerda que perdió el brazo hasta el codo, pero ya no es el sanguinolento muñón, ahora está vendado, y no a la manera en que los orcos realizan un rápido torniquete para que deje de sangrar y puedan seguir combatiendo hasta que les despedacen todos los miembros. Hay cuidado y cariño en la forma en que envolvieron las vendas, incluso parece que estuvieron limpias antes de aplicárselas. Un curandero de campaña suele quitarle las vendas a los muertos, apenas remojadas en algo de alcohol para volver a utilizarlas. Si necesita que el soldado se quede lo más quieto posible, podría hasta darle a beber el alcohol después de remojadas las vendas.
Intenta levantarse, pero el cuerpo le duele horrores. Es la sensación que queda tras haber vencido a un dragón, aunque le hiere el orgullo pensar que todo su escuadrón pereció y ella sigue viva. Nunca pensaría en el suicidio, en el mejor de los casos, preferiría bailar con la muerte en el campo de batalla justo antes de ser vencida por las heridas. Todo dolor que no sintió en el campo de batalla ahora apenas le deja pensar, le inquieta que pudo haber quedado tendida en el campo de batalla como carroña, pero alguien se molestó en guarecerla y atenderla. Oye unos pasos, afuera del cuarto debe haber un pasillo. Busca instintivamente sus armas, pero además de cobijas sólo encuentra un cubo de madera. Lo toma, pero el esfuerzo la derriba y besa el suelo estrepitosamente. “¡Patética!” se gruñe. Los pasos se aceleran, son ligeros, para nada los de un guerrero pertrechado, pero quizás algún matón debilucho mal pagado para cuidar de la prisionera. Baga intenta incorporarse y presentar al menos la cara más amenazadora que el dolor le permita, que al menos su contrincante la mate con toda la insistencia de una luchadora. Entonces cruza la entrada una mujer ataviada con un hábito que le cubre todo excepto las manos delgadas y una cara enjuta.
—¡Con cuidado, estás delicada!— dice la mujer mientras corre a incorporarla, aunque Baga la rechaza empujándole y quedando ambas recostadas en el piso. Sus atavíos sencillos son lo contrario a una vestimenta aldeana, aunque igual de pobres, pero incluso las campesinas se permiten un poco de impudicia en el escote. En cambio, casi pareciera que esta mujer tomo un saco para las papas como vestimenta.
—¿Qué quieres de mi?—,gruñe Baga, —no tengo nada.
—Tienes vida.
—Debí morir en el campo de batalla, honrada por la huida del dragón.
—Ambos sobrevivieron muy apenas al dragón, ustedes los orcos son muy resistentes.
—¿Ambos? Dirás ambas.¿Dónde está la otra?
—Eres tú, y el fruto en tu vientre.
Baga quedó perpleja. Entendía la profundidad de las palabras de la mujer pero no acababa de cavilarlo y se intensificaba su dolor de cabeza. No le era desconocido los rudimentos de la reproducción, pero se supone que la raza orca es incapaz de reproducirse entre sí. Salen de las mismas barracas, producidos por las artes secretas de los alquimistas en pozos pestilentes. De siempre tras cada batalla, los orcos celebran la victoria con orgías desenfrenadas y nunca orcona alguna resultó preñada.
—No puede ser, ridícula, ¿cómo lo sabes?
—Es fuerte y sano, o fuerte y sana, no puedo determinarlo, pero estás embarazada.
Baga quedó perpleja, no sabía qué hacer o responder, no sabía cómo reaccionar. La esterilidad de los orcos fue un hecho durante décadas de guerra y pillaje.
—¡Líbrame de esto! ¡No lo quiero!
—No puedo, ni aunque pudiera lo querría.
Baga se tiró al piso y comenzó a golpearse el vientre lo más fuerte que pudo, pero sus agotadas fuerzas le sumieron nuevamente en la inconsciencia. Con su visión emborronada alcanzó a ver a la mujer acercarse alarmada antes que todo se volviera oscuro.
Así pasaron varios días, Baga despertaba y reconocía el lugar. Alguna lágrima escapaba mientras la macilenta mujer, llamada Haedra, le traía de comer y la atendía. Ya no tuvo más ataques, la frustración la embargaba. Una guerrera en ese estado. Alguna vez intentó escapar, no fue difícil, salió silenciosamente del cuarto y viendo que la mujer había salido por agua y dejado la puerta abierta de una cueva. Aún estaba débil, y todavía no se acostumbraba a la ausencia de su brazo, así que tropezó llamando la atención de la mujer, que fue por ella y la devolvió nuevamente a la cama. En otra ocasión que intentó escapar, la mujer ya la esperaba, pero no la detuvo. Debió ser una patética escena, la orcona intentando escapar mientras la mujer la seguía lo suficientemente cerca para de un salto ayudarle. Aquella ocasión incluso hizo el ademán de tropezar, y cuando la mujer se acercó para ayudarla le lanzó un puñetazo que esquivó y sólo hizo que ella misma perdiera el equilibrio, agotada del esfuerzo. La mujer le dijo varias cosas, pero la orcona no le prestó atención. Debía reconocer al menos la fuerza de aquella mujer. Pese a ser de menor estatura y no distinguir gran musculatura bajo ese hábito, podía apoyar a la orcona para llevarla nuevamente al camastro.
—¿Por qué me ayudas?
—Así lo quiero yo.—Dijo la mujer mientras le cambiaba la ropa.
—¿Qué ganas tú? No esperes que te sirva.
—He venido a servir, no a ser servida.
—Tus hábitos, me parece haber escuchado de mujeres vestidas en hábitos. La nueva religión.
—Así nos llaman.
—Me parece estúpido hacer el bien sólo porque una religión te lo manda.
—Eso me lo dijeron siempre, pero un mandamiento requiere de alguien libre para obedecerlo.
—¿Para qué? Recibir premios o evitar castigos más allá de la muerte es patético.
—Premios y castigos ya se reparten durante toda la vida de manera indiscriminada e injusta, de la muerte estoy segura que llegará.
—¡Ustedes temen la muerte!
—No, perseguimos la vida.
Baga empezó una risotada que se cortó por las arcadas, pudo haberse volteado para vomitar en el piso, pero prefirió hacerlo sobre sus ropas limpias recién cambiadas. Quería provocar a la mujer, y lo logró, pero ella simplemente se levantó cerrando los puños y se encerró en la habitación al lado.
Días más tarde, Baga se sentía mejor. Su muñón había cicatrizado y le llamaba la vuelta su cuartel. Miró su vientre que ya notaba un pequeño bulto.
—Crece rápido, quizás es que ustedes los orcos vivís a un ritmo acelerado, ideal para una vida fugaz de violencia.
—Si tú no lo deshaces, lo harán en el cuartel.
—¿Tanto desprecias la vida?
—¿Tanto te aferras tú a la miseria? Soy una guerrera, una soldado del Imperio. Sólo sé matar.
—Lo mismo sabe tu Imperio. Ya he visto demasiada muerte como para agregar más. No puedo detenerte. Sólo decirte que no he sabido de ninguna forma de terminar con la vida en tu vientre sin que te deje indemne.
—Eso es porque eres una ignorante. Sigue tus rezos, para mi la guerra continúa.—Y Baga partió. Y mientras la orcona se alejaba, la mujer cerró con fuerza los puños y las lágrimas brotaron de la frustración, musitando para sí misma “tu guerra nunca acaba”.
Baga volvió al campo de batalla y buscaba un arma antes de partir al viaje cuando una bola de energía verde estalló justo frente a ella y apareció una figura encapuchada que la señaló y sintió que sus miembros ya no le obedecían. Con un mero gesto, la figura provocaba que ella se desplazara, alejándola del arma que estaba a punto de tomar.
—¿No me recuerdas?—, se oyó una voz sibilante y delicada, —soy aquella a la que no pudiste quemar—, la figura se retiró un velo mostrando un rostro femenino con tatuajes finos cubriéndole el rostro. Baga reconoció el patrón distintivo de las brujas; intentó hablar, pero la magia que la restringía se intensificó hasta provocarle un agudo dolor en la columna, torciéndola más de lo que estaba acostumbrada, y cayó arrodillada. En eso, y sin dejar de mirarle fijamente, la bruja sacó una daga de sus ropas y con cautela, como asegurándose que su magia no fuera a desvanecerse, se acercó amenazando con el filo, apuntando al cuello de la orcona. Baga tensó los músculos de su único brazo, y cuando la bruja estuvo a distancia gritó “¡Venganza!” y retrocediendo la daga para darle impulso, la dirigió para apuñalar el cuello de la orcona, pero esta interpuso su brazo con el dolor de la magia, golpeando la mano. La daga cayó varios pasos lejos, la bruja se distrajo siguiendo la trayectoria, lo suficiente para que el puño de Baga oscilara de regreso contra la cara de la bruja. Rápidamente fue a tomar el hacha, y en un instante que desviaba la vista se escuchó un estallido y un resplandor verde esfumó a la bruja. Se había ido, pero no le perdería rastro.
Baga se movía cuan rápido pudo, al principio siguiendo caminos tortuosos, considerando que aquella otra mujer no tendría la condición para subir y bajar los peñascos ni siquiera con ambos brazos como ella, hasta que pensó en que ella utilizaría magia, que así como se materializaba en los estallidos verdes podría de pronto aparecer justo encima de un risco que pudiera estar escalando y tener la ventaja sobre ella. Entonces decidió ir a un paso más austero pero vigilante, pasando varias horas hasta anochecer sin que ella apareciera. Quizás era una novata, pensó Baga, tal vez aún no refinaba bastante sus poderes como para liquidarla de otra forma que no fuera apuñalándole mientras utilizaba un sencillo encantamiento. Sencillo, pero poderoso. Para ella los conjuradores eran siempre unos desgraciados cañones de cristal, podían hacer mucho daño, pero aguantaban poco. Hace ya tiempo que los brujos habían sido destituídos de los ejércitos imperiales debido a que llegaban a causar más estragos en las propias filas que en las enemigas. Cuando la ingresaron al ejército, no alcanzó a ver la majestuosidad de una bola de fuego vaporizando a docenas, pero en cambio enfrentó antes a brujas. No son tan espectaculares como los brujos, pero tampoco era para menospreciar su poder. Si uno de aquellos puede incinerar a docenas, una sola bruja basta para controlar, como si de un títere se tratara, y dirigir ese poder contra sus aliados. Eso desequilibra mucho las cosas sabiéndolo emplear.
Estaba ya bien entrada la noche y la bruja seguía sin aparecer. La orcona desconocía los demás poderes que podría tener una bruja, así que apostaba la vida a que no podría ver de noche como ojos orcos eran capaces. Hacía frío, pero lo mejor era no encender ningún fuego que alertara, y se acurrucó en la tierra, cabeceando hasta que finalmente se rindió a sueños poco reconfortantes. Se vió a sí misma con su único brazo entero atado por encima de su cabeza a la pared de un calabozo, gritaba de dolor y cansancio, pero nadie la escuchaba, se miraba el vientre que había crecido tanto que parecía a punto de estallar, tanto que la piel se le volvía traslúcida y alcanzaba a ver algo moviéndose dentro de ella, cual que las horribles larvas que las estirges de pantano plantan en sus víctimas, pero esta mucho más grande. Aquello tiraba de su intestinos, lo sentía mordiéndolos, pataleaba como si quisiera romper su vientre y entre sus movimientos sintió que apretó su vejiga haciéndole orinar. Intentaba calmar aquello, pero su muñón libre de ataduras no alcanzaba más que rozar su vientre. Entonces escuchó unos pasos de botas que avanzaban hacia ella. Gritó pidiendo ayuda como nunca lo había hecho en vida, suplicando como nunca haría un orco aún siendo prisionero. Una figura alta y delgada, con ropas oscuras y elegantes, entró por la puerta y se acercó. La orcona se sintió abrumada, una fiera guerrera del imperio estaba ahí, frente a quien parecía un noble, en cuclillas por el cansancio, orinada y vencida con algo horrendo creciendo en su interior. Sin resistir lágrimas en sus ojos, la orcona gimió pidiendo ayuda. Las luz de las antorchas no alcanzaban a iluminar el rostro del desconocido, oculto por las sombras de un sombrero vistoso. El sujeto metió una mano entre sus ropas y sacó una daga que brilló antinaturalmente con la luz de las antorchas, y diciendo “el Imperio te ayuda”, clavó con fuerza la daga en su vientre bajo, provocando en Baga un gemido doloroso, y con una enjundia el hombre jaló hacia arriba abriéndole la panza en dos. Salió entonces un orco, que lejos de amenazante parecía en este momento como ella, débil e indefenso, pero tanto cortó la daga que sus intestinos también se esparcían por el suelo. El dolor y los espasmos eran tales que le impedían hablar siquiera. De pronto todo, el hombre, el calabozo, parecían más grandes, como si ella se hubiera encogido. Quería reclamar, quería decirle que aún ansiaba volver a pelear, pero el hombre pisó al pequeño orco que había salido de su vientre y como quien aplasta sin fijarse un excremento en la calle intentó limpiarse la suela restregándola contra otra baldosa del suelo, y sin decir más palabra le dió la espalda y se largó, mientras Baga sentía cómo se le iba la vida y sus entrañas se desparramaban alrededor de lo que fue su hijo.
Entonces Baga despertó súbitamente, descubriéndose mojada por su propia orina mientras ya se alzaba el alba.
Tras comer lo poco que le había sacado a la monja, siguió su camino al cuartel, aún lejos. Varias veces se sintió observada, sospechaba que la bruja estaría aún al acecho pero cautelosa, habiendo medido sus capacidades contra la fuerza bruta. Por desgracia, Baga no podía mantener un paso demasiado tiempo, de pronto se sentía muy cansada, y prefería guardar energías por si había que pelear. Evadía pensar que estaba embarazada, que su hijo crecía rápidamente en su vientre, y lo que pasaría luego. Pensó en simplemente abandonarlo por ahí cuando naciera, si no es que antes podía encontrar algún medio para sacarlo antes. Consideró entonces a la bruja, quizás ella podría darle alguna planta o brebaje para remediar su situación. Baga es muy joven para recordar cuando la Nueva Religión dominaba el Imperio, aunque las historias dicen que consideraba sagrada la vida desde el vientre, al punto de impedir incluso a las mujeres violadas remediar su situación, obligándolas a parir y cuidar de una vida que nunca pidieron. ¡Malditas! Lo que Baga sí alcanzó a vivir fue la purga, cuando las legiones lucharon contra los fanáticos, incluso ella misma participó sus primeras batallas quemando templos, conservatorios y bibliotecas de la Nueva Religión. Recordó aquellos buenos tiempos en que todavía podía encontrarse algún túnel y cámaras subterráneas donde aquellos fieles celebraban sus misas. Los que no mataban al momento eran capturados para los juegos. Pagaban tan bien por cada prisionero. Hoy prácticamente se han retirado al borde del desierto del Norte, donde aún pueden jugar a sus cruzadas lejos del Imperio. Desde entonces, cada mujer es libre sobre su vida, no tiene que hacerse cargo de aquello que no quiere. No es infrecuente que al caminar por la capital, uno pueda encontrar un bebé tirado en la banqueta, muerto o a punto de ello.
Entonces Baga siente unas punzadas en el vientre, como si el bebé en su interior pudiera sentir sus intenciones y se quejara. Son tan intensas que debe detenerse unos momentos. Siente tantas ganas de golpearse el vientre con toda la fuerza de su brazo y así deshacerse de una vez por todas de la carga, una que pesa mucho. Nunca ninguna orcona tuvo hijos, ¿por qué precisamente ella es la primera? Quizás es por esto que llegó a sentir tantos mareos, vómitos, cansancio, cuando ella pensaba que tan pronto se había vuelto vieja para las celebraciones y orgías. La de ella y sus compañeras fue una generación que rápidamente fue puesta en combate. La raza orca crece y envejece muy rápido, pues a los seis años ya fue enviada a los primeros combates, pero ya tenía la constitución que tendría un humano de quince. A sus diez años ya habían alcanzado una fortaleza que envidiarían los hombres de veinte. Apenas a quince años estaban entrando en el apogeo de los orcos, pocos eran los que sobrepasaban los veinticinco, más pellejo que músculos, pero aún dando la última pelea. Entonces, pensó Baga, quizás todas sufrían lo mismo, quizás no era la única. Sus compañeras de combate también habían manifestado los mismos síntomas que ella y culpaban a la magra cerveza por ser de tan pésima calidad. Y todas murieron excepto ella. Nunca antes había puesto demasiada atención en cuestionar a los oficiales. Simplemente les avisaron que debían encontrar la amenaza en las colinas y erradicarlo a toda costa. Nunca les dijeron que había un dragón. ¿Cómo esperaban que un pelotón acabara con eso? Los dragones son duros y letales, si acaso se les confronta con mucho más, o acaso con auténticos héroes curtidos de mil batallas. Contra este, en cambio, mandaron solamente orconas, la unidad elegida, mejor que una escuadra entera de orcos, dijeron. En la mente de Baga se formaba una idea que no le gustaba, sintió miedo de quién podría haber pensado en este plan y asustaba todavía más para qué motivos. No alcanzaba a hilar el asunto cuando una voz a prudente distancia le sacó de sus reflexiones.
—¡Saludos!—era la bruja. Baga de inmediato se alzó con el hacha en mano.—Tranquila, creo que comencé mal, te confundí con alguien más, y presento mis sinceras disculpas—dijo y postró una rodilla mientras bajaba ligeramente la cabeza. —Es la primera vez que yerro un objetivo y espero en compensación aceptes mi ofrenda—y de sus ropajes sacó un conejo recién cazado. —Debes estar hambrienta, puedo cocinar para ti si acaso merezco tus disculpas. Todo se debe a la mala información que me concedieron y me llevaron hacia la persona equivocada. Baga, aún sin soltar el hacha, la bajó. La sorpresa pareció hacerle surgir la nausea y un vómito asomaba en su garganta, pero ella respiró profundo para contenerlo. La bruja continuó —Aún falta trecho para el pueblo más cercano, al menos otro día a la intemperie.
—¡No te creo!—dijo la orcona y cerró su puño sobre el mango del hacha.
—¡Espera! Yo también lamento el error, y creo que puedes llevarme con quien realmente atacó mi pueblo. ¿O es que acaso negarás el derecho de justicia?
—Bien podrías haberte ido con tu error y nunca más encontrarme— la tanteó Baga.
—¿Y permitir que persista el rencor entre nosotras por un error? No, prefiero enmendarme por si acaso los viejos dioses volvieran a torcer nuestros caminos. Permiteme ayudarte, que así me ayudas también. Te serviré lo que esté a mi alcance y tú me llevarás hacia tu cuartel para buscar mi venganza.
—Es decir que matarás a mis camaradas.
—En absoluto, entiendo que ustedes sólo seguían órdenes, ahora lo entiendo, y sería injusto hacer pagar a un subordinado culpas ajenas sobre las que no tenía conocimiento ni decisión, así que iré a por el oficial. Seguramente os maltratan horrores, déjame librarles de una carga.
—No me siento oprimida, nos hacemos en la guerra, para la guerra vivimos, para la guerra morimos, y entre cada batalla gozamos lo que nos quede de nuestra fugaz vida entre placeres.—Dijo Baga soltando lentamente el mango del hacha. Por un lado no confiaba en la bruja, por otro deseaba saber cómo podía resolver aquel problema creciendo en su vientre.
—Entiendo, no quiero contrariaros, sé cómo actúan aquellos en el poder y son de lo más sutiles. Gloria y honor son dulces adornos para vuestra jaula, pero no te sientas ofendida, yo también viví así, durante mucho tiempo las brujas vivimos bajo la suela del Imperio y por ello escapamos a la espesura de los bosques y a las cavernas donde no se atrevían a buscarnos. Ahí desarrollamos la ciencia que hace temblar a los patriarcas, la que alguna vez nos hizo iguales. Ahí mantuvimos encendida la llama primigenia que nos llevó al entendimiento, a la imaginación y al arte. Podrá verse increíble lo que ha alcanzado el Imperio, pero todo eso nos lo debe a nosotros y lo sabe, por eso nos busca, nos persigue y nos mata. Entiendo que incluso el Imperio haya malogrado nuestro arte de moldear la carne— dijo, acercándose lentamente a Baga, que inmóvil tensó los músculos para cualquier treta—, nada más verte sé que vuestros alquimistas son torpes, os fabrican a toda prisa para llenar filas, pero han olvidado la finura. Y sin embargo, eres hermosa con tu salvaje instinto. Incluso sin un brazo combates con una fiereza que envidio, no lo niego. Toda la sed de justicia yace en ti —la bruja posó suavemente su mano en la mejilla de Baga—, toda nuestra venganza duerme en tus músculos —la mano de la bruja bajó apenas rozando su cuello, su pecho, su vientre; Baga esperaba que se sorprendiera, pero la bruja tardó unos instantes en fingir una exhalación. —Pero, ¿qué es esto? ¿Estás… esperando?
La mirada de Baga se endureció y con un ligero golpe apartó la mano de la bruja, y como avergonzada, siguió el camino dándole la espalda. La bruja dibujó una sonrisa fuera de la vista de ella, pero luego la recompuso a una cara indignada y se apresuró a seguirla. —¡Espera! Esto es inaudito, se supone que la raza orca es incapaz de multiplicarse. ¿Qué horrores te han hecho en el cuartel? Debes estar sufriendo, no puedo abandonarte así, permíteme ayudarte, puedo resolverlo.
Baga se detuvo y la bruja debió reprimir otra sonrisa. —Sí, puedo resolverlo. La guerra es tu vida y esto te impide realizarte. ¡Por todos los viejos dioses! Esos alquimistas deben tramar algo aún más horrendo, quizás piensen que así podrán obtener servidores baratos.
—Entonces, ¿podré seguir luchando?
—Nada puede, ni debe impedirte. Vamos, necesito algunos implementos. Te haré un bebedizo que resolverá tu problema.